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La culpa es de la publicidad

Irina Valencia columnista InformaBTL
Si bien la publicidad tiene influencia en las decisiones de compra de los consumidores, los publicistas no son unos genios para movilizar a las personas.

Las compras desaforadas y las pretensiones de cambios de vida en los consumidores de acuerdo con su contexto socio cultural, donde lo que importa es lo que se tiene en el bolsillo y la marca de la ropa que se lleva puesta, no se pueden resolver de manera tan simple como tirarle el agua sucia a la publicidad, creyendo que los anuncios han sido capaces de corromper los corazones y las mentes de consumidores que no saben qué hacer con sus vidas.

Cuando aparecen estereotipos que no son observados como fenómeno o manifestación de un sentir social, si no que se deriva de la comunicación que hacen las marcas para llegarle a sus consumidores, se le echa la culpa a la publicidad; esta percepción miope de los procesos publicitarios y comunicativos, sólo facilita las excusas para tapar problemáticas de fondo donde se vislumbra que el constructo social no ésta bien; que hay una incapacidad para pensar por parte de los individuos, pero no nos hemos detenido a analizar que con hambre no se piensa.

Si bien la publicidad tiene influencia en las decisiones de compra de los consumidores, los publicistas no son unos genios para movilizar a las personas a hacer lo que una marca quiere que hagan; se trata de analizar las estructuras sociales, culturales y políticas de los países que han conllevado a que las prioridades de las personas se cimienten en elementos efímeros, pues los procesos educativos en el seno familiar se desvirtúan de manera acelerada y no necesariamente porque los padres así lo deseen, sólo que no saben hacerlo porque es probable que en su niñez los valores se imponían como mecanismo de resistencia y no de enseñanza.

Por lo tanto, la culpabilidad de las problemáticas sociales no se pueden trasladar de manera categórica a la publicidad, pues esta requiere procesos de investigación etnográfica que permitan dar cuenta de lo que está pasando con el consumidor; cómo se están transformando sus comportamientos de acuerdo con el contexto en el que vive; entonces, se evidencia que la publicidad no tiene una bola mágica que permite adivinar cuál es el mensaje comunicativo que va a funcionar mejor; que los hará comprar; que va a cambiar los estilos de vida; todo depende de la investigación; de entender las problemáticas humanas y entrever qué es lo que las personas desean en su inconsciente para podérselo mostrar.

En conclusión, el problema no está en la publicidad sino en la inversión social y educativa de las comunidades para transformar sus realidades y percepciones sobre la vida.

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