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Datos biométricos, solución de seguridad… ¿y problema ético constante?

Datos biométricos
La utilización de los datos biométricos como medida de seguridad se está generalizando, pero ¿estamos verdaderamente listos para usarlos?

Hace casi un año, la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) le solicitó a las instituciones bancarias que garantizaran la seguridad de los clientes y sus cuentas por medio de la utilización de datos biométricos, o sea, las dimensiones del rostro (dimensiones y configuración del rostro, iris, huellas digitales, la voz, etc.). Sin embargo, el uso de esta información se está generalizando cada vez más: desde el uso de la huella del dedo para desbloquear la computadora hasta para iniciar sesión en la computadora por medio de la imagen del rostro. Pero, ¿qué implica la utilización de estos datos?

Si bien se ha mencionado el uso de datos biométricos hace considerablemente más difícil que los criminales roben la identidad de las personas o realicen transacciones no autorizadas, también forja una cadena digital para los clientes.

Por ejemplo, se ha dado a conocer que Japón quiere implementar para los Juegos Olímpicos de 2020 el registro de los datos biométricos de atletas, organizadores y periodistas, para así sustituir el ID y que la logística y la seguridad sean mucho más ágiles.

Esta mejora de seguridad se logrará por medio de seguir a las distintas personalidades que dieron sus datos. Esto suena bien, pero al reflexionarlo con mayor detenimiento, nos percatamos que existe un problema: seguir el recorrido de una persona en todo momento es considerado un delito, al menos en las legislaciones sobre el manejo de datos de prácticamente todo el mundo.

Otro de los problemas que plantea la utilización de los datos biométricos es que aunque sistemas como los que ha desarrollado Amazon cuentan con un intervalo de confianza del 80 por ciento, aún hay un 20 por ciento de posible error. ¿Qué implica esto? Desde algunas equivocaciones que podrían ser graciosas, hasta cuestiones más serias como que los clientes no puedan acceder a un sistema porque no son reconocidos por el mismo.

Las redes sociales se han convertido en un libro digital, en el cual buena parte de la población han puesto sus datos (y siguen vertiendo muchísimos más todos los días): nombre, país de residencia, número telefónico, etc. Sin embargo, casi inconscientemente también otorgan otra información biométrica, pues dejan fotos de tu rostro, de sus ojos e incluso de sus pulgares, como cuando fueron las votaciones del pasado primero de julio. Mucho de este material está expuesto a prácticamente toda la comunidad digital.

Esta información, además de otra que se comparte en canales más estrechos como Messenger o Whatsapp, puede ser utilizada ya sea para cuestiones como la pornovenganza o para la suplantación de personalidad en trámites bancarios.

La industria privada no es la única que busca trabajar con los datos biométricos, sino que también organizaciones gubernamentales como el Instituto Nacional Electoral o el Sistema de Administración Tributaria están consiguiendo esta información. Pero, ¿qué pasaría si los sistemas llegan a fallar o a ser hackeados? ¿Qué respaldo tendrá la población?

Sin duda, el manejo y utilización de datos biométricos debe utilizarse después de que se hayan aclarado y definido los opacos límites que existen en el manejo de la información sensible de los clientes y cómo esto tienen un impacto en su vida.

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