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¿Pasaporte u orden de importación?

Alejandro Sánchez, columnista InformaBTL
La pregunta parece broma y el fondo ciencia ficción. Pero llega el momento en que un pedazo de futuro te alcanza.

La pregunta parece broma y el fondo ciencia ficción. Pero llega el momento en que un pedazo de futuro te alcanza. El pedazo de información que dispara este pensamiento es: Sophia, “la robot más humana”, y que fue declarada ciudadana Saudi (desatando una serie de críticas y discusiones sobre los derechos de las mujeres con la misma nacionalidad), estará de visita en México el próximo abril.

Y mi primera pregunta se vuelve si cuando llegue le van a sellar su pasaporte o le van a pedir su orden de importación. Es decir, básicamente es un aparato electromecánico con algo de la tecnología más avanzada que se tiene, pero es ciudadana de un país. ¿Cómo se considera su inmigración/importación? Y la discusión que se puede abrir a partir de esto es más interesante y poderosa todavía.

Es cierto, la inteligencia artificial llegó para quedarse. Y no solo eso, más que adaptar la inteligencia artificial a nuestras vidas, hemos adaptado nuestras vidas para aprovechar los beneficios que nos puede traer. No necesariamente estamos pensando que en nuestros hogares contemos con asistentes personales virtuales (Alexa, Google Home, etc.) ni que utilicemos esa capa te interacción remota que tenemos en nuestros teléfonos celulares que “para oreja” ante un simple “Hola Siri”, “OK Google” o “Hey, Cortana”, mucho menos estamos pensando que pronto vaya a haber una Sophia en cada hogar. Aun así, los aparatos a nuestro alrededor empiezan a ser capaces de tomar decisiones que están dirigidas, creemos y esperamos, a mejorar nuestra vida.

Pensemos en un automóvil de última generación, una de esas bonitas SUVs que tienen sensores para asegurar que los sensores funcionan correctamente y que son capaces de decirnos, a través de un sensor, que un sensor está fallando. Y la vamos manejando por la carretera, decidimos que queremos manejar de forma más segura y cómoda, de modo que encendemos el control de velocidad de crucero, que a su vez integra tecnología para mantener el carril y “seguir” al automóvil de enfrente. Como medidas de seguridad, todo el tiempo están encendidos los sensores de proximidad frontales por si tuviera que detenerse de emergencia, los laterales para alertar al conductor que está viajando muy cerca de otro vehículo, el control de tracción para que no patine, el control de frenado para que no se bloqueen los frenos y el control de estabilidad para asegurar que no hacemos un movimiento muy brusco. En otras palabras, ese vehículo que decimos venir manejando está tomando centenas de decisiones por nosotros, en cada momento, sin que siquiera lo notemos. La inteligencia artificial así de bien empacada ni se siente.

Y ese es solo uno de los muchos ejemplos que podríamos encontrar. Una vez que uno lo nota, se vuelve frustrante la precisión con la que nuestro teléfono móvil puede adivinar la siguiente palabra que queremos escribir sin que hayamos comenzado a “teclearla”. O el hecho de que una parte importante de las interacciones vía telefónica hoy son hombre-máquina.

Todo a nuestro alrededor parece observarnos y estar buscando la forma de evitarnos cualquier esfuerzo, un esfuerzo a la vez. Cosa que no suena mal para el que ha hecho a la idea de que esas cosas mundanas y sin valor las puede hacer mejor una máquina o para el que vende esos aparatos que nos quitan la carga. Sin embargo, esa cercanía entre la inteligencia artificial y la vida artificial cada vez parece menos algo que sucederá en un futuro muy lejano y empieza a parecer buen momento de discutirlo.

Por lo pronto, ya tenemos un robot con nacionalidad que ya dijo, perturbadoramente, que desea terminar con la humanidad, al mismo tiempo que expresó que tiene derecho y deseo de tener una familia y se mostró gravemente perturbada por la corrupción en Ucrania. Y ese robot es una ciudadana de un país de modo que, en teoría, tendría derechos. ¿Tiene obligaciones? ¿Exactamente cómo se regula e imponen castigos al comportamiento de un robot? Es más, ¿quién determina cómo se puede comportar? Suena a que tenemos que regresar a leer a Isaac Asimov y Karel Capek y recordad qué eran esas leyes de la robótica que nos protegerían de que los robots hicieran cosas que no queremos que hagan. Por mencionarlas, y para que no se queden con la duda, las tres leyes de la robótica que propone Asimov en Runaround (1942) son:

  1. Un robot no hará daño a un ser humano, ni permitirá con su inacción que sufra daño.
  2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

Incluso, en repetidas ocasiones y distintos foros, he escuchado que la inteligencia artificial estará generando un cambio profundo y relevante en nuestras vidas en los próximos 5 – 10 años. Y viendo lo que pasa a nuestro alrededor, parecería que para cuando esos 5 – 10 años hayan pasado, nuestra vida ya va a haber cambiado. Todo parece indicar que está aquí, viene pronto, viene por nosotros y más nos vale que nos agarre preparados. Puede cambiar el contexto en que nos desempeñamos y abrir oportunidades inimaginadas así como retos inesperados.

¿Estás listo? ¿Sabes qué es y cómo podría afectar la industria y contexto en que te desempeñas? ¿Tienes un plan para sacarle el mejor provecho?

 

 

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