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Babelia

¡Ay Gaviota, cuánta Frivolidad!

Por Manuel Moreno Rebolledo*

manue21.jpgAunque dicen que el amor es ciego y que en el corazón no se manda, la relación sentimental de polí­ticos con mujeres del espectáculo es más vieja de lo que uno pudiera imaginar y responde, en un número importante de veces, más a un cálculo de ganancia popular en imagen que a un simple flechazo de cupido.

En algunos casos, como los de John y Robert Kennedy (parece que también esto lo hací­an en equipo) con Marilyn Monroe primero y Jayne Mansfield después, las relaciones fueron producto del calentamiento global de estos selectos miembros de la aristocracia norteamericana (si la hubiera) y, a decir de Arthur Miller ““increí­ble escritor y último esposo de Marilyn”“, Kennedy (John) sólo querí­a que se supiera el affair con la Monroe, para acallar a aquellos que dudaban de su hombrí­a para tomar decisiones de poder.

En otros casos, como el de Grace Kelly con Rainiero de Mónaco, la historia dice que, después de conocerla en el Festival de Cine Cannes, en 1955, la siguió hasta Estados Unidos y la convenció de ser su esposa por dos razones: la primera, para darle un puntapié al gobierno francés, del cual tení­a la amenaza de que, de no tener herederos, el principado volverí­a a manos de Francia; y la segunda, porque sabí­a perfectamente que la imagen que la actriz tení­a en Europa (no en Estados Unidos donde la prensa ya empezaba a escarbarle uno que otro desliz), podrí­a traerle mucha popularidad entre la población del principado y porque con ella como esposa, Mónaco podrí­a ser visto, finalmente, como un destino turí­stico importante y como una inversión viable.

Mucho más reciente, el caso de Nicolas Sarkozy con la modelo y cantante Carla Bruni, también encierra un por qué adicional a lo sentimental. La boda entre estos personajes, si no fue sorpresa, si fue antes de lo que todo mundo esperaba. Una semana antes, las encuestas reflejaban una baja notable en la popularidad y en el í­ndice de confianza al mandatario, expuesto principalmente por el sector de indecisos que lo habí­a llevado a ganar las elecciones.

Se casó entonces muy discretamente en el Palacio del Elí­seo (la prensa se enteró un dí­a después), dejando constancia de haber sido el único mandatario francés ““después de Napoléon I y III en haber contraí­do nupcias en funciones y, siendo él de derecha, lo hizo con alguien cuya imagen es de una persona inteligente, culta y muy cercana a la izquierda burguesa, pero con más pasado sentimental que él.

No obstante sus esfuerzos por ganar popularidad, Sarkozy sigue bajando sus bonos en las encuestas más por sus yerros y exabruptos que por su vida personal.
En la región 4 también hay historias que contar. De relaciones que han culminado en matrimonio y que no han dejado huella más que en la prensa de sociales, como la de Silvia Pinal y quien fuera gobernador de Tlaxcala, Tulio Hernández, o la de López Portillo con Sasha Montenegro que causó más indignación entre las hermanas del ex presidente que entre la población. También historias que, a toro pasado, sólo han servido para agravar aun más la imagen de sus protagonistas, como la relación que sostuvieran Irma Serrano y Dí­az Ordaz ““no cabe duda, Dios los hace y ellos se juntan”“.

En estos tiempos parece que fue Santiago Creel quien reinició la moda ““aquí­ sí­, en sentido totalmente adverso a lo previsto”“, cuando su relación con Edith González le costó, a decir de algunos columnistas polí­ticos y en estricto orden de importancia, la candidatura del PAN a la presidencia y su matrimonio.

Otro que ya no persigue algo, porque después de las elecciones de 2006 (y en estricto sentido común) ya nada le quedarí­a por perseguir, es Roberto Madrazo quien al parecer tiene ahora una relación con la poco famosa Mariana Rí­os, en lo que seguramente es otro caso de la testosterona en acción.

El asunto importante es, sin embargo, los que están y cómo están construyendo su imagen para lo que viene con el apoyo de sus parejas sentimentales. Dos de los apuntados a la candidatura de sus respectivos partidos para la presidencia en 2012 (y casi seguros por el PRD y el PRI, respectivamente), Marcelo Ebrard y Enrique Peña Nieto, ambos gobernadores y ambos del centro del paí­s, están vinculados a mujeres del espectáculo.

El primero, Jefe de Gobierno de la ciudad de México, conoció a su actual cónyuge en un programa de televisión en 2003, cuando era secretario de seguridad pública. Con la soltura que da la exposición a los medios ““con excepción del derrapón en Tláhuac donde dicen que se presentó muy bebida”“, Mariagna Prats tiene un espacio en radio que sirve más para promover la imagen de su marido que para difundir información de interés.

Peña Nieto, por otra parte, ocupó un tiempo a su actual pareja, Angélica Rivera, como imagen de promoción de su gobierno, estafeta que ya encargó a Lucero para que no le digan que los recursos ocupados en su imagen quedan en familia. Pero gracias a esa relación y sin querer queriendo, como decí­a El Chavo, ahora tiene más difusión (en revistas de sociales y del corazón) que la que hubiera podido soñar, apuntalando cuando menos en imagen, una candidatura largamente anunciada.

Sin embargo ambos deberí­an cuidar otro tipo de aspectos relacionados con su imagen personal. Marcelo Ebrard deberí­a cuidar más su mirada y la pretendida sapiencia con la que responde algunas preguntas de los medios; por su parte, Peña Nieto deberí­a cuidar la extrema rigidez de su aspecto (que pertenece al PRI ya mejor ni lo mencionamos), su engominado de “niño bien” sólo refleja autoritarismo.

Más allá de cuestiones o teorí­as de imagen, lo único cierto que puede desprenderse de todo esto es lo que Henry Kissinger dijo alguna vez: El poder es, sin duda, el mayor de los afrodisiacos.

*e-mail: mmoreno@grapho-imc.com

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